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SER ÍNTEGRO.
Que ardua labor hay detrás de esto. Integrar todo lo que hay sin miedo, vergüenza, culpa…
Existen varias vías en la vida, ver y aceptar, ver y negar, mirar hacia otro lado. Es un proceso en el que se pasa por todas las etapas, y llegar a una no significa conquistarla y lograr un status inamovible. Es más bien un ir y venir alcanzando cada vez un poquito más de consciencia.
Todos sentimos emociones y pensamientos negativos, a veces muy vergonzosos otras socialmente inaceptables. Y aquí el verdadero hándicap.
Podemos ser conscientes o inconscientes ante esto, ante lo que sentimos. Pero no por ello deja de estar ahí.
Hace falta mucha humildad y valentía para aceptar, todo lo que ronda por dentro. Ya sea en formato ira, rencor, envidia, celos… Todo lo deleznable que asusta y repugna tener dentro y sentir.
A nadie le gusta no ser tan buena persona como intenta proyectar al exterior ni vivir manejado por un ego caprichoso y prácticamente omnipresente. Nos gusta más vivir del lado de la luz, o por lo menos aparentarlo.
Pero al final tendremos que vivir con las sombras, cohabitar, compartir espacios. Y resulta más incómodo el tratar de no verla, de negarla. De no darle esa visibilidad y reconocimiento, que acaba porque las odiemos, negemos. Y sí, odiarnos a nosotros mismos y negarnos, pues negar una parte es no reconocernos plenamente.
Y esto que no es fácil, trae vergüenza y culpabilidad, ver lo que realmente es nuestro, y no del otro como nuestro juego egoíco nos hace creer todo el tiempo.
Pero aceptarlo, aunque sea en el más estricto silencio. Libera.
Porque vivir con el malestar de la incomodidad, de que esté uno querer a saber nada, no parece la mejor opción.
Libera de culpabilidad y vergüenza pero no de esa emoción ni esa sombra. Que siempre estará ahí.
Pero puede dejar de ser excluida para ser amada y reconocida. Como un hijo bastardo, que siempre formó parte de nosotros.
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