CARTA A UNA HUÉRFANA.
Podemos ignorar la muerte o tener una perspectiva en la que se minimice el sufrimiento.
La muerte como proceso natural debe ocurrir, no se puede esquivar.
Si no puedo escapar de ella, ¿por qué preocuparme?
Ella es imprevisible, no sabemos ni cómo ni cuando aparecerá.
Debemos vivir bien para morir bien. Cultivando paz, en nuestra mente y nuestra forma de vivir.
La muerte es parte de la vida, y la vida parte de la muerte. Nada más nacer ya estamos muriendo.
Debemos aceptar la muerte como parte del proceso. Un alto en el camino, para seguir transitando otra realidad.
Nadie se va del todo, porque permanecen en nuestra memoria. En el caso de nuestros padres, somos trozos de ellos, estamos conformados por sus propias células.
Así que inevitablemente ellos siempre están con nosotros, esta vez dentro.
El legado de enseñanzas, el recuerdo de vivencias se forja a fuego lento en la memoria… Y en el corazón.
No hay mejor manera de honrar al que se fue, que honrando a la vida.
Disfrutarla por ellos, sin sentimiento de culpa, ni tristeza.
Ellos transcendieron, el cuerpo físico será cenizas, pero el alma es imperecedera.
Su esencia se derrama ahora en cada rincón, en cada palabra que te recuerde a él.