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ME MATA LA AUTOEXIGENCIA.
Pertenezco a un sistema familiar, que marca mi impronta más íntima. Pertenezco a una sociedad que también espera algo de mí, dentro de sus dogmas y valores prestablecidos.
Lo externo aprieta…pero no ahoga. Son exigencias que están ahí, fuera de mí. El guión externo, que tengo que aprender, el rol que tengo que desempeñar, a donde tengo que llegar con referencia a.
Todo lo externo está fuera de mi control. Pero lo que me mata de verdad es mi autoexigencia. Que paradójicamente como algo interno que es, debería modificar a la primera, y moldearlo a mi medida…pero a veces lo olvido y se me va de las manos.
Me exijo estar siempre bien, con la sonrisa puesta. Las ganas de vivir a tope. Me exijo que los duelos duren poco, y si hay tristeza transitarla de puntilla y a todo trapo. Me exijo el camino corto, sin margen de error. Que si caigo, me levanto y aprendo in situ de la experiencia. Me exijo crecer, evolucionar, despertar… me exijo tener un objetivo en la vida, para cumplirlo. Y tener un plan b, y no merecerme los descansos para verlas venir.
Y me exijo invulnerabilidad, y ganas de repetir aún cuando perdura el sabor a hierro en la boca tras la última hostia, aquella impredecible que no vi llegar.
Y me exijo ser merecedor de todo lo bueno, y ser abundante y no atraer carencia, ni apegos, ni dulces dependencias. Me exijo vivir sin estress, sin ni tan sinquiera pararme a escuchar a mi cuerpo pararme para sentir mi latir, y que mi corazoncito hable.
Me exijo, me exijo, me exijo…
¿ Y si fuera màs benevolente conmigo?
¿Y si dejara de joderme la vida con tanta exigencia y si me diese por vivir y disfrutar sin esperar resultados?
Y si mi mente y mi ego dejaran de ser tan exigentes, y me permitiesen sentir y vivir, sin plazos, metas, ni ornamentas.
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